Carlos es de esos jueces que su fama habla por si sola, de aquellos que hace años se pudieron haber jubilado, pero que su convicción por aportar es mayor que sus dolores, por lo que todos los días llega puntual a su escritorio en Paloquemao. Es una persona de hábitos, de los mismos que desayunan siempre en el mismo puesto de la panadería, a la misma hora y, por supuesto, la misma comida. Con decirles que antes de que sean las 7 de la mañana, su café con leche ya se encuentra esperándolo en el puesto cerca a la puerta.
A pesar de que este día haya comenzado como cualquier otro, cuando Carlos salió a la calle percibió un aroma distinto, un perfume de cambio, algo que lo hizo sonreír. En todo esto iba pensando nuestro juez cuando de repente, y por la espalda, le gritaron deténgase. Fue tan fuerte el sonido que se detuvo en el acto, hasta tuvo que darse un tiempo para poder recuperar el aliento, es que casi le da un infarto.
Pero a pesar de todo, menos mal le gritaron, pues estuvo a punto de cruzar por debajo de una escalera, acto bastante temido en países como Colombia, pues es bien famosa la mala suerte que esto conlleva, a menos que hubiese mantenido los dedos cruzados hasta ver a un perro, pero quien sabe, es mejor no arriesgarse. Cuando por fin volteó para saber quién había sido su héroe, tan solo vió a José, el mismo que le servía el café en las mañanas. Era tanta la pena de José, que a duras penas le mantenía la mirada, pues se movía como si quisiera ocultarse detrás del letrero de la puerta, el que decía “se busca domiciliario”.
En sus ojos se le notaba el arrepentimiento, es que ni podía hablar de la pena. Como pudo, le rogó que lo perdonara, diciéndole que claro que sabía que las escaleras no debían dejarse solas, y mucho menos en una calle tan transitada como esta. Argumentando que, por supuesto que tenía consideración con la suerte de los demás, pero que tan solo había sido una cuestión de segundos, nada más, es que estaba que se orinaba. A lo que el juez tan solo pudo reírse, pues si bien es cierto que pudo haber sido el causante de un accidente, lo que terminó siendo fue un héroe, por lo que no había de que preocuparse. Le deseó la mejor de las suertes, al decirle que de corazón esperaba que hubiese disfrutado de su merecida orinada.
Este susto mañanero le dio energía para todo el día, llegó a la oficina silbando, ansioso por trabajar. Quería que la vida lo sorprendiera y así lo hizo. Es que bueno, siempre lo había hecho, solo que este día fue lo suficientemente maduro como para darse cuenta. Todo ocurrió cuando observó recostado sobre su escritorio un caso que llamó su atención de inmediato, la captura de un joven por venta de estupefacientes. Este es uno de esos casos recurrentes a lo largo de su carrera, en los que se observa a un adicto luchando contra las adversidades de la vida. En donde, guiado por su adicción, comienza a vender droga. Convirtiéndose así en un eslabón más de la cadena delictiva, que clandestinamente se le conoce como microtráfico.
Siendo el mismo caso de siempre, sin las pruebas suficientes como para implicar a algún alto mando dentro de la organización criminal involucrada. Por lo que el estado termina llenando las cárceles de peones, los cuales hasta agradecen ser encarcelados, pues lo ven más como un descanso, al asegurarles comida y hospedaje por algunos meses, bueno, si es que no los matan durante sus “vacaciones”. Y para los que se preguntan porque no mejor utilizarlos como testigos, esto no es posible, pues en la cárcel a los sapos se les aplasta. Convirtiendo a estos presos en unos entes, que tan solo duermen, comen y cagan.
Fue como si el juez sintiera un llamado a la acción, en donde se comprometió a rechazar las “soluciones” de siempre y aspirar a más, a salirse de la ineficaz rutina y, por primera vez, tomar decisiones prácticas con las que se evitaría que la persona se convierta en una cifra más dentro de un sistema extraviado, al brindarle un apoyo real que propicie el beneficio de ambas partes. Todo porque, según las leyes, el joven debería ser enviado a la cárcel, pues el solo porte de drogas ya es excusa suficiente, ¿pero con qué sentido?; con lo improductivo que sería el exponer a este joven a un ambiente en donde las violaciones y los asesinatos son el pan de cada día.
Parece que lo ha decidido, que ha resuelto tomar al joven como un proyecto personal. Pues con solo ver el miedo que reflejan sus ojos en su foto de prontuario le es imposible no querer ayudarlo. Pero hay algo que lo detiene, la pregunta de siempre, ¿cómo? Por lo que resuelve no angustiarse por los detalles y más bien brindarse lo que más necesita en este momento, tiempo para pensar, por lo que decide cancelar las reuniones previas al juicio del implicado. Al saber que no quiere brindar ningún tipo de ayuda incompleta, de esas que las personas ofrecen tan solo para sentirse bien consigo mismas. Al ser lo suficientemente viejo como para engañarse, pues de esas ayudas superficiales están plagadas las redes sociales.
Sabiendo esto, camina discretamente hacia el único sitio en donde verdaderamente logra concentrarse, en ese trono que desde niño ha sido su guarida, y que ahora de adulto, lo ha acompañado en las más difíciles soluciones, el indispensable sanitario. Estando allí se siente finalmente completo, al ser este su verdadero estrado, su elemento. En el comienza a revalidar todas las posibles respuestas a su pregunta, en las que considera desde hospedar al joven en su casa hasta enviarlo a uno de esos famosos centros de rehabilitación. Soluciones que rápidamente descarta, la primera por su completa ignorancia para el cuidado de un adicto y la segunda, al recordar la dudosa eficiencia de estas instituciones, en las que tan solo una cosa es segura, la deuda inagotable con la que terminan la familia del paciente, pues lo demás es siempre una lotería.
Es que se encuentra en una encrucijada, al necesitar de algo simple pero efectivo. Bueno, efectivo es una palabra muy grande, mucho más para casos como este, pues como dicen siempre, de la adicción nadie se cura, tan solo se aprende a vivir con ella. Por lo que, después de horas de validación, lastimosamente no logra una respuesta, se le escapa de sus capacidades el materializar algún tipo de solución. Por lo que, sin haber realizado ni lo uno ni lo otro, se pone de vuelta los pantalones y se dirige hacia el juicio del joven.
Al llegar, se encuentra con una sala pequeña, plagada por aquellos jurados que transpiran antigüedad. El juicio comienza como cualquier otro, con las frases protocolarias de toda la vida. En donde se sabe, que sin siquiera presentar el caso el jurado ya tiene la decisión tomada, la misma de siempre. Por lo que, segundos previos a escuchar la sentencia, el juez les pide un segundo, al explicarles que, si bien es cierto que hay razones de sobra para enviar al joven a la cárcel, les pide una mente abierta, al preguntarles si realmente piensan que la decisión correcta sea la acostumbrada, al recordarles lo mucho que se confunden.
En donde se percibió un momento de amargura, se notaba cuanto le recriminaban al juez el haber roto esa aurora de cotidianidad con la que trabajaban en el jurado. Por lo que después de unos silencios incomodos, se escucho a lo lejos la voz de una joven que se acostumbró a romper la autoridad de las canas, al aceptar sin ningún tipo de remordimiento lo ineficaz que sería mandar al joven a la cárcel. Fue cuando el juez, aprovechando el momento, decidió agradecerle a la joven por su sinceridad y darle libertad condicional al joven, no sin antes aclarar que existirían algunos compromisos que se deberían cumplir al pie de la letra.
El ambiente se sentía pesado, se notaba que las expectativas eran altas por escuchar esos espectaculares compromisos con los que aspiraba desbancar una tradición de más de cincuenta años de antigüedad. El juez empezó a sentir la tensión, sabía que no podía retractarse, al saber que se estaba jugando su valioso legado. Al mismo tiempo se sentía enérgico, hace años no sentía ese pánico, esa curiosidad por conocer que ocurriría, por saber como sería capaz de salir de esa situación en la que se encontraba.
Por lo que, encontrándose en ese mar de incertidumbre, sintió como si la suerte se pusiera nuevamente de su lado, esa misma que horas antes lo había salvado de cruzar por debajo de la escalera, pues se le había ocurrido una idea grandiosa. Les pidió a los presentes un poco de tranquilidad, asegurándoles que no tenían de que preocuparse, recordándoles que para ganar siempre era necesario arriesgar un poco.
El jurado permanecía en silencio, esperando la misteriosa solución del juez. Comenzó con una frase pequeña pero efectiva, en la que les aseguraba que las ideas sencillas son las que perduran; basado en ese principio, se le había ocurrido brindarle al joven un trabajo. Lo que le permitiría ser parte activa de la sociedad, de esa misma que desde hacía años lo rechazaba.
A más de uno les dio hasta risa. Algunos inclusive le dijeron, eso si de la manera más educada posible, que no se estaba inventando la rueda, al estar proponiendo una estrategia con resultados incongruentes, por lo que más bien le preguntaban: ¿para qué decepcionarse? A lo que el juez les responde, sabiendo de antemano que iban a manifestarle algo por el estilo, que por favor crean en sus palabras, pues a pesar de enfrentarse a un desafío de dimensiones enormes contaba con las capacidades para superarlo. Recordándoles que, de todas maneras, nada se perdería. O es que se les olvidaba que casos como este atendían todos los días, en los que los judicializados se volvían hasta conocidos, ¿no era esta razón suficiente como para intentarlo?
Se escucha por momentos discusiones acaloradas entre los presentes, se sentía inconformidad en la sala. A lo que el juez les responde con seguridad, que no tienen por qué inquietarse, que el dichoso trabajo el mismo se lo conseguiría. Inclusive les aseguraba que, bajo su propia responsabilidad tomaba el caso, a lo que se escucharon vítores de alegría, seguramente de los familiares del joven que desde el fondo lo escuchaban.
Momentos después que acabase el bullicio ocasionado por la noticia, el juez observó que una mano seguía levantada. La miraba con especial cuidado, al pertenecer a una señora ubicada en un extremo de la sala. Esta había permanecido callada a lo largo de toda la sesión y tan solo lo miraba fijamente. Este, al ver las ganas de la mujer por hablar, le dió la palabra. Se notaba como la mujer disfrutaba la atención de la sala, por lo que hizo lentamente su contundente pregunta: y si se puede saber, ¿dónde va a trabajar el joven?
Y sin darle tiempo al juez de responderle, la señora se le adelantó diciendo: porque parece que el joven lo que resulto fue ganando. Es que me da hasta rabia, pensando en la cantidad de jóvenes que diariamente ruegan por un trabajo. A lo que el juez le responde que no debería porque amargarse, pues el joven comenzará a trabajar como domiciliario, justamente en la panadería de la esquina.
Al decir esto, el juez siente que la tormenta por fin ha pasado, pues parece que la sala le estuviese brindando una segunda oportunidad. Un impulso que el juez aprovecha para avisarle a los presentes que la sesión ha terminado, al necesitar hablar con el joven de manera privada. Dicho esto, el juez es conducido a una sala en la que el joven lo espera. Este lo recibe con una mirada hostil, se nota que está sufriendo un episodio de ansiedad. A lo que el juez intenta calmarlo, de hacerle entender que viene en son de paz, mientras le recuerda que, de todas las personas que lo han intentado “ayudar” él es la única con la verdadera intención de hacerlo.
Después de algunos momentos el joven empieza a soltarse, se empieza a tomar confianza. Por lo que el juez aprovecha para conocerlo y preguntarle acerca de su vida. Después de unos minutos, el juez empieza a sentir como el olor del joven empieza a impregnarse en las paredes de la sala, en donde una mezcla de mierda, sudor y sangre le han otorgado ese humor que en la sociedad conocemos como de desesperanza.
Cuando el joven termina de hablar, el juez le hace una pregunta sencilla, ¿quiere ir a la cárcel? Al escucharlo, el rostro del joven cambia por completo, le responde con autoridad que no, que ni bobo que fuera, pues sabe del futuro incierto que le esperaría, en el que arriesgaría la vida todos los días. Y a su vez añade, que lo perdone, que por favor considere las pocas oportunidades que le ha brindado la vida, que en este mundo el tan solo ha sido una víctima.
Mientras lo dice, el juez no puede impedir pensar en la cantidad de veces que el joven se habrá dicho lo mismo. Pues sabe que, sin acciones, las palabras se devalúan. Por lo que, a la mitad del discurso del joven, el juez le pide silencio, al decirle que no es necesario que se ahogue en un vaso de agua. Pues no necesita convencerlo de algo que ya sabe, que para cambiar a alguien se necesita primero confiar en esa persona.
Proponiéndole que, en vez de buscarle cinco patas al gato porque no mejor definen que hacer, pues si tanto quiere cambiar, este es el momento de demostrarlo, al sentir que ya se odia lo suficiente como para lograrlo. Se toma una pausa para decirle, que la mejor manera de comenzar es por el inicio. Por lo que, si quiere, puede comenzar a trabajar como domiciliario. A lo que el joven tan solo asiente. El juez no puede evitar sonreírle mientras le dice que comenzará el lunes y que, si necesita, hasta le consigue vivienda.
Algo que pudo haberse convertido en una historia de película termino siendo una pesadilla. Pues minutos después de haber salido del juzgado el joven fue vilmente asesinado por unos sicarios. Tal como lo comenta un ex paramilitar, una señora de limpieza y dos ejecutivos que fueron testigos de la escena.
Lo que hace tan solo pensar, que no es responsabilidad de un hombre hacer el trabajo del estado. Al necesitar de un esfuerzo conjunto para poderle brindar un acompañamiento real a los adictos, donde no se les trate como criminales si no, como lo que son, enfermos. Facilitándoles un apoyo enfocado en su pronta recuperación, aislándolos de las bandas criminales y propiciándoles una adecuada integración a la sociedad.
Todo esto por medio de un trabajo, y de ser necesario, también de una dosis personal brindada por el estado, la cual será gradualmente reducida, de acuerdo con el avance del programa. Este conjunto de iniciativas propiciaría pacificar la producción y comercialización de sustancias, al saber que estas serán consumidas con o sin vigilancia del estado, por lo que sugiero hacerlo con este.
Andrés Sossa
14 de enero de 2023